jueves, noviembre 23, 2006

Casualidades

Las “vacaciones” poco duraron, pronto había sido reclamado de nuevo para trabajar. Esta vez había que desplazarse hacia otra ciudad durante varios días. Los preparativos de siempre y sencillos con lo cual decidieron mandarme a mi solo durante cinco días para que fuera adelantando trabajo. Vuelta al norte, vuelta al ambiente de casa.

Los días pasaban sin gloria ni pena, hasta que algo se cruzó en mi camino.

El ocaso hacía acto de presencia. Me encontraba en la esquina de una céntrica plaza viendo el ir y venir de gente que acaba su día y se marcha para casa. En unos minutos casi toda la gente había desaparecido. Quedaban unos pocos niños apurando sus últimos minutos de libertad antes del temible momento de irse para cama, una viejecita que a duras penas camina hacia un lugar incierto y una joven sentada en un banco hablando por teléfono.

Desde la cristalera de aquel bar tenía una vista estupenda de todo el contorno. Tranquilamente ojeaba el diario deportivo buscando el último fracaso de mi equipo. Algo no me cuadraba, sentía que aquello me era conocido. Un escalofrío recorrió mi columna al darme cuenta que conocía a aquella chica. Su conversación telefónica era acalorada, con grandes gestos y alzando la voz, igual que el mitin de un politicastro. Finaliza el comunicado movilístico y la chica se derrumba en el banco. Su nombre me ronda la cabeza y la lengua, pero no quiero pronunciarlo, me daría mucho miedo. Parece que llora desconsoladamente, me da algo de pena. De entre mi chaqueta saco mi móvil y mis dedos empiezan a marcar un número olvidado hace años, pero que mi cerebro aun conserva. No se si aun lo conserva pero voy a probar. Da línea y por lo que puedo llegar a ver se corresponde con la llorona del banco. Asemeja que no quiere en un principio contestar, se le ve contrariada, pero finalmente oigo un si al otro lado a lo que respondo:

- ¿Hola que haces ahí sola en ese banco?

Como respuesta recibo el silencio. Está intentando saber donde estoy metido y al final logra localizarme.

- ¿Eres tú? No puede ser, no es posible. Ha pasado tanto tiempo.

- No tanto, solo diez años.

Por la puerta de aquella cafetería entraba mi pasado en forma de mujer. Su cara era un cuadro abstracto de emociones. Al borde del llanto, del enfado, del desmayo. Se le acerca la camarera y pide un café. Se sienta en mi mesa contemplándome pero sin decir ni una palabra. Me mira como a un extraño. He de reconocer que he cambiado bastante pero los años se han portado bien conmigo, soy como el buen vino.

- Parece que se pone la tarde mala, seguro que empieza a llover.

- ¿Llover? Después de tanto tiempo solo se te ocurre decir eso. Es de locos. Donde te has metido, donde has estado escondido.

- No he estado escondido, simplemente me perdí.

- ¿Te perdiste? Diez años, diez años sin saber nada de ti, ni una llamada, ni un estoy vivo, nada. ¿No lo entiendes? ¡Creía que estabas muerto!

- Pues no será porque no lo haya intentado.

En ese momento se escuchó un ruido seco en la cafetería. Una mujer acababa de abofetear a un hombre. No se ve reacción, los dos se quedan inmóviles.

- Lo siento, lo siento, lo siento, me he pasado, perdóname.

- No has cambiado nada. ¿Recuerdas por qué me fui aquel día?, parece que no.

- Lo siento de verdad, pero ya sabes que no me gusta que digas eso de ti, lo sabes perfectamente.

- Yo no se nada, ni lo sabía entonces ni lo se ahora. Creo que es hora de que me vaya, no se me ha perdido nada aquí. Encantado de verte. Hasta dentro de unos veinte años.

- Pero… no te vayas por favor, tanto tiempo ahora no te vayas, quédate.

No le hice caso, dejé un billete en la mesa y salí lo más rápido que pude de allí. Empezaba a llover fuerte, diluviaba. En ese momento me sentía mal conmigo mismo y estaba enfadado con el mundo, no quería volver a la mierda de siempre. Andaba sin rumbo, intentando encender un cigarro con un mechero casi limpio de gas, pensando en mil cosas e intentando esquivar los charcos que se empezaban a formar en las calles. En mi huida sin destino algo se me engancha del brazo izquierdo. No me gusta que me cojan ni que me toquen y mi primera reacción fue echar mano de la parte izquierda de mi chaqueta y volverme. Lo que vi, en ese momento fue la cosa más triste que he visto en mi vida y que aun hoy recorre mi mente en las noches de pesadilla. De mi brazo se colgaba metro y medio de mujer llorando desconsoladamente, el maquillaje le resbalaba por la cara y su voz entrecortada decía algo como no te vayas, no te vayas. Ante aquella situación que me sobrepasaba en todos los sentidos no sabía que hacer. Nos metimos en un soportal cercano para resguardarnos de la lluvia. El bendito norte con su bendito tiempo. Aun no había parado de llorar cuando le ofrecí un pañuelo, pero ella rápidamente se anticipó sacando un paquete de su bolso. No pude evitar reír con ganas, casi me había olvidado de algunas cosas que hacían a aquella mujer única.

- Hay cosas que no cambian verdad.

- No se a que te refieres (entre un concierto medio mocoso).

Era casi de noche y mis necesidades vitales hacían presencia.

- ¿Has cenado?

- No, casi ni he comido.

- Pues eso no es bueno, vamos a ver si cenamos algo ¿te parece?

- No se, bueno vale, tendremos tiempo de hablar.

- No tengo nada que contar, mi vida es aburrida, pero a ti te acaba de pasar algo raro.

- Ya veremos, no me gusta hablar a desconocidos.

- Jejeje, eso está bien.

- Vivo aquí, podemos cenar en mi casa.

- No, ya sabes, nunca ceno en casa.

Buscamos algún sitio para cenar algo rápido, que es lo que se estilaba en aquellos tiempos. Por las calles paseaban dos extraños, manteniendo las distancias, el mojándose sin paraguas a pesar de que ella si lo lleva.

Nos detuvimos en la puerta de un restaurante italiano, con un nombre muy oportuno que me hizo reír mucho por casualidades de la vida. A pesar de lo bonito del restaurante la tensión se podía cortar con un cuchillo. Una cena rápida y la espera de la sobremesa llena de preguntas, algunas de ellas sin respuesta o que no podían ser contestadas. Su problema básicamente era que acababa de dejar a su pareja, más bien que el acababa de cortar con ella. Para variar ahora ella se sentía sola y abandonada. Como digo yo, estaba con cara de culo. Ante lo tenso y desagradable del momento no me quedó otra que excusar mi salida para echar un cigarro que completara la opípara cena. Pagamos la cuenta y salimos a la calle. Nunca tanto me prestó un cigarro. El humo salía de mi boca con prisa, como si no tuviera tiempo para nada más

Mientras ella miraba para mí, como alguien que en alguna cadena ve una reposición de una serie muy antigua pero que le sigue gustando. “Cuantos años perdidos” una y otra vez esa frase se repite en mi cerebro…

- Quieres ver mi piso, es alquilado vivo yo sola, es casi nuevo.

- No se es bastante tarde, debería volver al hotel antes que me echen en falta. Y ya no son horas no te parece.

- Está aquí cerca, es un momento, además lo estoy decorando muy bien, bueno para lo que me queda aquí no se para que lo hago.

- ¿Tienes de beber en casa?, porque si no hay de beber paso.

- Si, (entre una sonrisa) tengo de beber, aun me acuerdo.

- Excelente, entonces vamos.

Poco había desde el restaurante hasta su casa, un edificio bastante nuevo al igual que el piso, diría yo que excesivamente grande para ella sola. Luego me explicó que vivía hasta hace algún tiempo con su novio pero se había quedado sola, con toda la casa para ella. Estaba bastante bien, seguramente era muy luminosa de día pero eso nunca lo sabría. Tomamos algo en el sofá viendo algo en la tele, sin interés. Hablamos de todo un poco, algo sobre mi vida, mucho sobre la de ella y bebimos algo más. Me recosté algo más en aquel cómodo sofá y se me abrió la americana dejando relucir la pistola que llevaba al hombro. No se asustó pero me preguntó si la llevaba todos los días y de dije que si, sobre todo en momentos tan peligrosos como aquel. Nos reímos un rato largo. Saqué la pistola y la descargué completamente como gesto de educación ante ella. Deje todo encima de la mesa y seguí bebiendo. Licor dulce calma el dolor. Eran ya las 2 de la mañana y era el momento de la retirada.

- Me voy, ya es muy tarde son las 2.

- ¿Ya? Que rápido se pasa el tiempo hoy.

- Debe ser cosa del campo gravitacional. Voy a recoger la herramienta.

Me pongo a recoger todo pero me falta la bala de la recámara, busco por todos los lados: en la alfombra, debajo del sofá, entre los cojines… Mientras ella tiene una media sonrisa en la cara.

- ¿Donde la has metido?, se que la tienes tu no te rías.

- Busca que seguro que la encuentras. Jejeje

- Venga que ya es tarde, no seas mala.

- ¿Mala yo? El malo eres tu, medio muerto, que eres un medio muerto.

- Ya se donde la tienes pero no la pienso coger. Dámela por favor.

- No, tienes que cogerla, o serás un cobarde.

- Si, soy un cobarde. Quédatela de recuerdo.

Cogí la puerta y corriendo hacia la calle maldecía mi existencia desde el día que la conocí. Saqué el puro del bolsillo y tomé la ruta más larga hacia el hotel. Fumaba con calma intentando saborear el puro, poco a poco, paladeando el sabor fuerte de aquel habano robado de una redada. Hacer cosas ilegales sabe mejor. Apago el móvil, no quiero que nadie me moleste; este es uno de los momentos en los que me dedico a la contemplación y a la autodestrucción.

Parejas apuran los últimos momentos de la noche en los portales. A veces los envidio, añoro los momentos de cariño que una mujer te puede dar. Entonces era más humano, más sensible con el mundo, con los que me rodean. Como ya nadie me rodea no me hace falta ser sensible o educado o tener tacto con los demás. Al estar solo no te importa lo que le pase al resto porque no creas lazos afectivos con nadie. Solo te importa lo que te pase a ti y solo a ti. En el campo de prioridades primero eres tu, luego tu y así sucesivamente. Con lo que llegas a un punto en el que el resto de la gente te llega a molestar en cualquier situación. Acabas por no querer estar en espacios públicos con mucha gente, como por ejemplo los centros comerciales últimamente me ponían muy nervioso. Ya no podía ir al cine solo con toda esa gente rodeándome, a saber que pensarían de alguien como yo estando solo en el cine.

Me conformo con disfrutar de una película alquilada en la soledad de mi casa. Con un buen cubo de palomitas y una botella de droga para bajarlas. Pienso que se van consumiendo los días sin pena ni gloria, con un cierto gusto a melancolía y a acciones mal hechas.